Tengo la oportunidad de viajar a París casi cada semana por motivos de trabajo, para dirigir la oficina que mi empresa tiene allí desde hace año y medio. El choque cultural cuando trabajas en otro país siempre es muy fuerte, incluso aunque ese país sea tan europeo y próximo como Francia.
Salvando los estereotipos he aprendido que los galos, con todas las cautelas que hablar de generalidades pueda suponer, son muy burocráticos, les gusta trabajar de una forma estructurada y si la empresa está jerarquizada, será muy difícil que tomen por sí mismos decisiones que no se les haya transmitido formalmente y por escrito. Por tanto, no dejan mucho espacio para la improvisación y les encanta compartir casi todas sus vicisitudes laborales con sus colegas. Esto no tiene nada de negativo, sino tan solo son diferencias culturales a tener en cuenta si se tienen relaciones laborales con empresas francesas.
Dados los elevados costes salariales de nuestros vecinos y las dificultades para que las empresas extranjeras penetren en el mercado francés (legislativas, una burocracia altísima, además del idioma), conozco varias multinacionales de reconocido prestigio presentes en muchas capitales europeas que han decidido no disponer de oficina propia en Francia; prefieren cubrir las necesidades de este exigente mercado con alianzas locales en su caso.
No dedicándome a la política, ni a la economía, ni a la sociología, y sólo desde un punto de vista profesional, puedo imaginar las razones de Macron para «liberalizar» algo más el mercado laboral y desencorsetarlo para poder hacerlo más competitivo y atractivo para el emprendimiento propio y para las multinacionales. Es muy difícil encontrar el equilibrio entre un mayor liberalismo de la economía y a la vez un proteccionismo más bien propio de Trump. Además, la fuerte inmigración que tienen (cualquiera que haya ido en los últimos años a París lo constata), mucho más alta que nuestros índices, y sus problemas de integración al haber elegido un modelo geográfico poco integrador, conforman unas tensiones sociales muy difíciles de manejar.
Las personas que trabajan en mi oficina me mostraban su sorpresa la semana pasada por la virulencia de las protestas de los ‘chalecos amarillos‘ detonada por la subida de los carburantes. Al igual que a mí, les resulta bastante difícil de comprender la inusitada violencia desplegada por toda Francia. Parece que siempre recurrimos a la economía para poder comprender estos fenómenos que parece que pillan por sorpresa a los más pintados analistas, incapaces de predecir el ‘Brexit‘, el triunfo de Trump, el conflicto catalán, la furibunda protesta de los ‘chalecos amarillos‘ o, más recientemente, el triunfo de la extrema derecha en Andalucía. Me da la impresión de que estamos todos tan pendientes de la economía que se nos ha olvidado dar el lugar que merece a una de las ciencias menos valorada: la sociología.
- Artículo de Carolina Pérez Toledo Presidenta de AED, publicado en El Correo